lunes, 25 de octubre de 2010

La Reforma Agraria en Chile

Periodo 1962-1973
INTRODUCCIÓN

A mediados del siglo XX, la agricultura chilena al igual que en el resto de Latinoamérica era ineficiente y desperdiciadora de recursos y de mano de obra. La tenencia de la tierra estaba en manos de unos pocos, y éstas eran sumamente improductivas. El contraste con lo que pasaba en el mundo desarrollado es sorprendente, mientras que en América latina aumentaba un 24% la superficie agrícola, los rendimientos sólo aumentaban un 7% (década del ’50). En Europa esos aumentos fueron 3 y 4% respectivamente.
Esta realidad afectaba no sólo a la economía del país, que debía importar alimentos por la incapacidad de autoabastecerse, sino que además mantenía a la clase campesina de Chile sumida en la más profunda pobreza y marginalidad.
La Reforma Agraria en Chile, se transforma en uno de los procesos de cambios estructurales más importantes del siglo XX, trayendo consigo cambios sociales, económicos y culturales en la sociedad chilena.
El presente trabajo investigativo, pretende revisar y resumir los hitos más importantes vividos en este proceso, considerando el período comprendido entre 1962 y 1973, asociando  los cambios vividos por la sociedad chilena.

DESARROLLO

Definición:

La Reforma Agraria ha sido definida a través de los años según diferentes autores, notándose una evolución del concepto.
 Es así como en 1953, Jacoby, citado por ESCOLATINA[1] afirma que:
“…La reforma Agraria cubre toda la acción organizada diseñada para impulsar los sistemas existentes de tenencia de tierra, impulsando: una legislación de tenencia, consolidando las fragmentadas, reformando la tenencia y quebrando las largas permanencias de un solo dueño (redistribución de la tierra). Todos los efectos de reformas de tierra, de cualquier manera, sólo pueden ser obtenidos si son acompañados por impulsos y sus partes relacionadas estrechamente con los sistemas económicos y sociales, tales como facilidades crediticias, comercialización, tributación y educación”.
En el año 1959, Antonio Nuñez Jiménez, presidente del Instituto de Reforma Agraria de Cuba, citado por ESCOLATINA[2] , opinaba que:
“…hay dos puntos esenciales en una reforma agraria y son: las expropiaciones de todos los latifundios y el reparto gratuito de la tierra entre los campesinos. Junto a esas dos medidas básicas, el Estado debe promover el proceso real de la agricultura, brindándole una amplia ayuda al campesino: entrega de semillas, aperos de labranza, créditos baratos, cooperación estatal para la construcción de viviendas higiénicas, abastecimiento de agua para el consumo y para riego, construcción de frigoríficos y muy especialmente vías de comunicación”.
Esta visión, era mucho más integral respecto a la reforma y el protagonismo que debía tener el Estado en su realización, ya que no sólo sería una redistribución de la tierra, sino que debe incluir apoyo al agricultor para que una vez entregada la tierra, éste la pueda explotar adecuadamente, de una manera eficiente y con un mejor estándar de vida, asociado a una entrega gratuita de la propiedad. En este sentido, es discutible si es la mejor forma de entregar la tierra, puesto que de no mediar cierto esfuerzo por parte de los beneficiados, no tendría el mismo aprecio por lo obtenido.
En Chile, en el año 1960, Mendieta y Nuñez Jimenez, citados por Escolatina[3] establecieron que:
“…la reforma agraria parte necesariamente de la distribución de la propiedad territorial. La misma palabra reforma está indicando un cambio en los modos o patrones existentes, en un país determinado, de la distribución de la tierra. Si no hay cambio fundamental en esos modos o patrones no puede hablarse propiamente de Reforma Agraria”….luego agregan “la reforma agraria comprende cuatro fases: a) redistribución de la propiedad territorial; b)crédito para la explotación adecuada de la tierra que ha sido objeto de redistribución; c) asistencia técnica a los nuevos propietarios para la mayor explotación de la extensión territorial que haya recibido como consecuencia de la primera fase de la reforma y d) asistencia social con el fin de que alcance más altos niveles materiales y morales de la vida”.
Según se observa, la definición de Reforma Agraria fue complementándose, y los alcances que ésta debía tener varió de acuerdo a la visión de sus autores, manteniendo un común denominador: redistribuir la tierra y apoyar el proceso productivo de sus nuevos propietarios.

Contexto Histórico:

En la primera mitad del siglo XX, en la mayoría de los países de América Latina predominó en las zonas rurales el sistema latifundista con sus medianeros, aparceros o arrendatarios; al margen de los latifundios se encontraban los minifundios familiares.
La población rural en muchos de los países de Latinoamérica llegaba a constituir más del 50% de la población total. Era característico de estas zonas que los trabajadores agrícolas vivieran aislados, con altas tasas de analfabetismo, carentes de servicios básicos (energía eléctrica, agua potable, alcantarillado), sus viviendas  eran rústicas, característicos de una población sumida en la pobreza.
En algunos de estos países, empresas transnacionales que explotaban minerales e hidrocarburos, no sólo introdujeron nuevas prácticas administrativas sino que además influyeron en la creación o fortalecimiento de los movimientos sindicales, incluidos los sindicatos agrarios, y en la formación de las bases de los partidos políticos modernos.
Ya en el año 1910, en México, se encausaron las primeras reclamaciones agrícolas, dando inicio a una reforma agraria que fue ratificada por la constitución de 1917, sentando el precedente para las reformas que se realizarían más tarde en el resto de América Latina.
Es en este contexto, como organizaciones dependientes de las Naciones Unidas influyeron en la formación de un pensamiento favorable al cambio en el agro de América Latina y el Caribe. En la década del ’50, tanto la Asamblea General y la Secretaría General de las Naciones Unidas, como en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y otras organizaciones como la FAO y la OIT, se desarrolló un marco analítico que concluyó en la idea de la Reforma Agraria. En 1961, en la Carta del Este, se postula la Reforma Agraria como condición esencial para el desarrollo económico y social de los pueblos latinoamericanos.
Chile, no era la excepción a esta realidad, tal como se relata en el libro “Reforma Agraria Chilena”[4]:
“…Ya en 1958 se afirmaba que más de la mitad de las viviendas campesinas debían ser reemplazadas. Con posterioridad hubo terremotos que agravaron la situación. La insalubridad, la miseria, el analfabetismo y el cierre de todo horizonte de progreso, impulsó el traslado masivo del campesino a las ciudades generando una marginalidad agobiante. Todo el país fue testigo de esta situación”. Luego continúa: “El campesino no tenía voz, ni estaba presente en la vida nacional. Tampoco interesaba que la tuviera a quienes lucraban con su aletargamiento. Cientos de miles de hombres y mujeres atrapados por la miseria económica y cultural”.
Conjuntamente con esta realidad, en Chile se presenta el desarrollo de los medios de comunicación, aumentan los afuerinos v/s los inquilinos, desarrollo de ideas de reforma agraria propios del pensamiento estructuralista de los años ’60, sumado a la influencia de la Revolución Cubana (1959) y de la Alianza para el Progreso (1961), factores que gatillaron una mayor politización del campesinado.
En 1955, de 345.000 familias residentes en el sector rural, el 50% no era propietario de tierra alguna, y del resto 10.000 grandes propiedades sobre 151.000 concentraban el 80% de la tierra, con baja productividad, muchas veces adquiridos por quienes sólo les interesaba especular con su valor y/o para evitar pagar impuestos, ya que en aquéllos años las propiedades agrícolas estaban exentas de éstos.
La situación afectaba la economía del país, según se expone en el folleto “Chile avanza, Reforma Agraria”[5] : “Nuestra producción agrícola no crece al ritmo con que está aumentando la población del país. Por eso, como nuestra agricultura no alcanza a producir lo suficiente para abastecernos, hemos tenido que traer desde otros países mayores cantidades de alimentos”. Luego continúa “…De los 11 millones de hectáreas posibles de ser cultivadas, solamente estamos cultivando dos millones”. Esto atribuyendo a la mala distribución de la tierra y a su consecuente baja improductividad.

Establecimiento de la Reforma Agraria en Chile:

A comienzos de la década de los ’60, en consideración a lo anteriormente expuesto, la presión por una Reforma Agraria fue cada vez mayor, contando con el respaldo de la Iglesia Católica que repartió sus propias tierras entre los campesinos y con el apoyo de Estados Unidos a través de la “Alianza para el Progreso”, organismo creado por John Kennedy con el afán de detener el comunismo en la región, ofreciendo ayuda económica a los gobiernos que realicen profundos cambios en la tenencia de la tierra.
En aquél entonces gobernaba Jorge Alessandri Rodriguez, quien ante las presiones sociales, debió promulgar la primera ley de Reforma Agraria N° 15.020, popularmente conocida como “La ley del macetero”, por su poco alcance. Entre 1963 y 1964 se establecieron 781 parcelas familiares y 285 huertos; se compraron 50.000 hectáreas, lo que representaba menos del 1% de las tierras útiles del país. Además dio origen a la Corporación de Reforma Agraria (CORA) destinada a acelerar la división de las grandes propiedades y el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) para atender al campesino pequeño productor. No obstante lo anterior, no se generaron mayores cambios espaciales en el sector rural.
Con la llegada de Eduardo Frei Montalva al gobierno, en 1964, la Reforma Agraria tuvo un nuevo impulso, bajo el lema de “la tierra para el que trabaja”, el programa reformista buscó la modernización del mundo agrario mediante la redistribución de la tierra y la sindicalización campesina. Tenía contemplado beneficiar a más de 100.000 campesinos que se transformarían en propietarios y con ello el desarrollo rural a favor del conjunto del agro. Así por ejemplo, Rafael Moreno, quien estuvo a cargo de la planificación y desarrollo de la reforma agraria, afirmaba que ésta traería un aumento de la producción y una profunda transformación social y cultural que haría más justa y digna la existencia del campesinado chileno. Para ello, fue promulgada la nueva Ley de Reforma Agraria N°16.640 y la Ley N° 16.625, que permitió la sindicalización campesina.
Si bien es cierto que la Ley N°16.640 contemplaba varios aspectos, tal como lo señala María Eliana Henríquez[6]: "…como educación especializada del campesino, asesoría técnica, créditos apropiados, sistema previsional y otras, la redistribución de las tierras pasó a ser el punto más importante de ella. La redistribución de tierras comprendía teóricamente tres etapas: la expropiación de tierras de acuerdo a las causales señaladas en las leyes respectivas; la entrega de tierras a los postulantes que cumplían con los requisitos, bajo la forma de asentamiento, un tipo de explotación comunitaria de carácter transitorio y que tenía por finalidad  preparar a los campesinos para una explotación eficiente de la tierra, para lo cual contaba con la asesoría de los organismos gubernamentales; y la asignación definitiva de los predios a los campesinos convenientemente capacitados”.
Además esta Ley consideraba que: Se limita la posibilidad de acumular tierras a un máximo de 80 hectáreas de riego básico o su equivalente por familia directa (marido y mujer); Son expropiables todas las tierras de las corporaciones o sociedades, todas las tierras cualquiera sea su tamaño por mala explotación; las tierras de regadío efectuadas por el Estado.
Las tierras expropiadas y las inversiones fijas se pagan al valor fiscal con una cuota del 1 al 10% al contado. El resto en bonos de la Reforma Agraria de 25 a 30 años.
La mecánica operativa de la Reforma Agraria comenzaba con el estudio de expropiación,  de acuerdo a los estudios técnicos de la CORA, se asignaba un puntaje al predio en cuestión. De acuerdo a ese estudio se determinaban las causales de expropiación, la que finalmente se resolvía en el consejo de CORA. Luego de ello, los predios expropiados eran entregados a los campesinos quienes se organizaban en los denominados asentamientos.
Las normas que incluían la Ley N°16.640, hicieron más expedito el proceso expropiatorio y facilitaron el pago por las tierras expropiadas.

Entre los problemas que se generaron en este proceso, se encuentran: Lentitud en la toma de posición de las tierras expropiadas; oposición por parte de algunos campesinos a dejar la reserva del patrón; concentración de capital fijo y mejores tierras en la reserva; salarios demasiado igualitarios, en desmedro de aquéllos trabajadores más productivos; tendencia a no pagar los créditos.
Ya en 1970, el número de predios expropiados era de 1.408 y el número de familias beneficiadas alcanzaba 36.363, muy por debajo de las 100.000 familias comprometidas por Eduardo Frei. Gran parte de esta diferencia está dada por un error técnico en el cálculo de la cantidad de familias que tendrían cabida en el área reformada, la cual era mayor a las que realmente era posible asentar. Estos factores originaron una pugna interna en la Democracia Cristiana (partido gobernante) entre los que querían avanzar más rápido y aquellos que querían evitar un enfrentamiento con los agricultores terratenientes.
Con todo ello, se aceleró el proceso de expropiaciones y los enfrentamientos se hicieron cada vez más violentos.
En 1970, llega al poder Salvador Allende, el proceso de la reforma agraria se aceleró aún más. Al respecto Jacques Chonchol[7] se refiere así de la Reforma llevada en el gobierno en el que él fue Ministro de Agricultura: “…Su programa (el de Allende) contemplaba acelerar el proceso de Reforma Agraria; las tierras expropiadas debían organizarse en cooperativas y en casos calificados mantenerse como empresas estatales. Se creaba los Consejos  Campesinos para dar más participación al campesinado”, luego continúa: “En torno a seis aspectos se pueden sintetizar los resultados de la acción del Gobierno de Allende:

      I.    Expropiación: Durante los 34 meses que duró el gobierno se expropiaron 4.490 predios. Al término de su gobierno el gran latifundio había prácticamente desaparecido en Chile.
     II.    Reorganización económica y social del sector reformado: Aquí la tarea fue más difícil. Se trató de reemplazar a los asentamientos por los CERAS. Pero su implantación se hizo difícil por la falta de estructuras legales apropiadas. Conflictos entre asentamientos y CERAS (Centros de Reforma Agraria).
    III.    Asignación de la tierra: Se comenzó por los más antiguos, pero se avanzó poco por la prioridad a las expropiaciones y por ciertos conflictos internos de la UP.
    IV.    Producción y consumo: El segundo crecía más rápidamente que la primera. En el año 1971 la relación fue de 12% a 6%. Después la producción aumentó muy poco y el consumo se disparó por las especulaciones y el aumento del nivel de ingreso. Las importaciones no bastaban para compensar. En 1972 la huelga de los camioneros afectó seriamente las siembras de primavera y las de invierno estaban atrasadas por mal tiempo. Todo ello agudizó el proceso inflacionario y favoreció el golpe militar de 1973.
     V.    Participación del  campesinado en los Consejos Campesinos”.

Si bien es cierto que se aceleró aún más el proceso expropiatorio, eran crecientes las confrontaciones entre los terratenientes que se oponían al proceso y los campesinos que presionaban por la aceleración de las expropiaciones de tierras. Aumentaron “las tomas”, ocupaciones de terrenos por parte de campesinos organizados, muchas veces sindicalizados, esta toma frecuentemente se realizaban en forma violenta. Esto, sumado al mal manejo económico gubernamental, con una inflación superior al 1000%, hizo que la situación se fuese insostenible. El 11 de Septiembre de 1973, con el Golpe militar, se paralizó la consolidación de la Reforma Agraria en Chile.

CONCLUSIONES

Al considerar el contexto en el que se desarrolló la Reforma Agraria en Chile, y la situación particular por la que pasaba el país, justificaba plenamente la necesidad de hacer las transformaciones que apuntaran a mejorar la calidad de vida de los chilenos que trabajaban el agro.
La alternativa adoptada, fue a través de la Reforma Agraria, que sin estar exenta de dificultades, propias de un proceso sumamente complejo y doloroso para muchos, logró parte de los objetivos planteados, logrando uno de las transformaciones productivas y sociales más profundas del siglo en Chile.
En términos generales, entre los factores que le restaron pulcritud a este proceso fueron el descalce que existió entre la capacitación que requería la gente y el acceso que ellos tenían a la propiedad de la tierra, el proceso de selección de los beneficiarios para la entrega de tierras consideraba que tenían derecho todos los que al menos estuviesen trabajando en el predio y priorizando a quienes llevasen más tiempo en esta condición, lo cual no consideraba que personas eran más calificadas para mejorar la producción de la tierra. Por otro lado, la falta de cultura asociativa por parte del campesinado chileno, el cual se fue politizando y extremando su actuar con el correr del tiempo, llegando a la violencia y la ingobernabilidad.
Los cambios generados a partir de la Reforma Agraria, no sólo permitió un aumento en la productividad del país, sino que además posibilitó al campesinado terminar con su condición de inquilinos, dando la oportunidad de lograr mejores condiciones de vida que sin los cambios estructurales sucedidos, no hubiese sido posible acceder. Los cambios sociales y culturales de este período, fueron tremendamente decidores de un despertar de la clase obrera campesina, convirtiéndose en un actor fundamental del desarrollo de la sociedad chilena.





BIBLIOGRAFÍA

Chonchol, Jacques.Consulta de expertos en Reforma Agraria en América Latina.Oficina Regional de la FAO para América Latina 2006. Santiago de Chile. Pp 5,6,7.

Corporación de Reforma Agraria (CORA), Reforma Agraria Chilena 1965-1970. Santiago de Chile. P 19.

Escuela de Estudios Económicos para Graduados (ESCOLATINA), Some definitios and explanatis of Land Reform. In: Seminario sobre reforma agraria y desarrollo económico, 1961. Santiago. p6.

Gobierno de Chile, Chile Avanza Reforma Agraria, 1966. Santiago de Chile.
p 5.

Henríquez, María Eliana. Reforma Agraria en Chile. Revista de Geografía Norte Grande N°14. Universidad Católica de Chile.1987. Santiago de Chile. p 63.


[1] Escuela de Estudios Económicos para Graduados (ESCOLATINA), Some definitios and explanatis of Land Reform. In: Seminario sobre reforma agraria y desarrollo económico, 1961. Santiago. 6 pp.
[2] Ibid  p4.
[3] Ibid. p 5.
[4] Corporación de Reforma Agraria (CORA), Reforma Agraria Chilena 1965-1970. Santiago de Chile. P 19.
[5] Gobierno de Chile, Chile Avanza Reforma Agraria, 1966. Santiago de Chile. P 5.
[6] Henríquez, María Eliana. Reforma Agraria en Chile. Revista de Geografía Norte Grande N°14. Universidad Católica de Chile.1987. Santiago de Chile. P 63.
[7] Chonchol, Jacques.Consulta de expertos en Reforma Agraria en América Latina.Oficina Regional de la FAO para América Latina 2006. Santiago de Chile. Pp 5,6,7.

AFP : Administradoras...?

Ayer mientras me tomaba un café, escuchaba a dos señoras de la mesa de al lado que se lamentaban de haberse cambiado del sistema público de pensiones, ya que ahora que les tocaba jubilarse intuían que su ingreso mensual bajaría drásticamente, con todo lo que esto implica. Dado lo anterior me anime a escribir estas líneas.

Como es de conocimiento general, quien se jubila a través del Sistema Público de pensiones (Ex - INP) obtiene una pensión significativamente mayor en comparación con quien se jubila con el sistema actual (AFP), a cual en la mayoría de los casos se cambio “forzosamente” el año 1981.
Sin duda que esta diferencia es relevante, ya que si comparamos las pensiones de un jubilado del sistema antiguo, con uno del sistema nuevo, nos encontramos con un impactante hallazgo. Para poder realizar las comparaciones se utiliza en el análisis el total de pensiones entregadas dividido por el total de trabajadores que se han jubilado en cada sistema, lo que permite hacer un análisis de grandes promedios. (Supuestos muy fáciles de comparar, ¿no creen?)

La forma de graficar esta diferencia es a través de una formula muy simple, pero consistente, ya que no es necesario enredar el análisis con formulaciones que terminaran concluyendo lo mismo.

A continuación se presenta el modelo desarrollado:

(PSA – PSN) = MPRO

($288.000 – $135.000) = $153.000


Fuente: Superintendencia de Pensiones, Gobierno de Chile.  Cifras a Marzo del 2010.

Donde PSA es la pensión promedio que obtiene una persona que se jubilo con el Sistema Público de Pensiones y PSN representa a quien se jubilo con el Actual Sistema de Pensiones. Esta diferencia no es más que la Menor Pensión Real Obtenida (MPRO), entre los distintos sistema, la cual bordea en unos $153.000 en promedio, que representa un 113% menos de la pensión que hubiera recibido si no se hubiera cambiado de sistema al actual.

Si  multiplicamos todos los pensionados que ha generado el nuevo sistema de AFP (NP), por la menor pensión real obtenida (MPRO), nos encontramos sin dudas con una pérdida económica (PE) que ha generado el nuevo sistema y sin ninguna duda que detrás hay una gran pérdida social.

MPRO x NP = PE

$153.000 x 622.714 = $95.275.242.000

Entonces la pérdida económica para los afiliados por adoptar este nuevo sistema asciende a Noventa y Cinco Mil  doscientos setenta y cinco millones doscientos cuarenta y dos pesos o el equivalente a US 186.814.200.

Me surgen inmediatamente tres preguntas muy obvias: ¿quien perdió? , ¿Quién gano? y ¿quien lo permitió?

¿Quien perdió?
Está claro en qué posición se encuentran los pensionados de este país, pero me inquieta pensar si es sensato crear un sistema que genere solo pérdidas  a la  fuerza laboral de más de 44 años de vida laboral, que hoy debiera descansar por sus servicios prestados en el estado de chile. 

¿Quién gano?
Ganaron las empresas a las cuales le hemos entregado la confianza de “administrar” nuestros fondos para la vejez. Me quedaría tranquilo si solo tuvieran claro que es administrar, que es un fondo, que es pensión de vejez y por ultimo si tienen  claro que los fondos tienen su origen en los trabajadores.

¿Quién lo permitió?
Siempre me he preguntado si las AFP nos ven como clientes, ya que es un ejercicio muy complejo cuando las cotizaciones son obligatorias (cliente cautivo), pero retomando el tema que venimos desarrollando, muchos recuerdan que el traspaso al actual sistema fue muy inducido por los empleadores de ese entonces ¿por qué ejercer presión?  Si los clientes en forma natural están en la búsqueda permanente de los mejores servicios.
Sin duda que para autorizar un sistema de esta naturaleza,  involucro muchas personas de los más variados sectores, pero sobre todo permitir un sistema que se ha afirmado en la ignorancia de la gente, tal como lo muestra una encuesta realizada por la universidad de Chile, que muestra que un 90% de los encuestados no sabe cómo se calculan sus pensiones, lo más dramático es que más de un 70% no sabe cuánto le cobran por la administración de sus fondos y un 56% no sabe en qué AFP esta y solo un 5%  de los afiliados conocen los montos cobrados por las AFPs (fuente encuesta protección social año 2004).

Es acaso el mercado el que permite estos excesos, o es que las AFP no fueron diseñadas para generar riqueza a sus afiliados, serán estas funciones del estado que se las han entregado al mercado para que dichas empresas  funcionen con eficiencia y eficacia dentro un ambiente de competencia que hace en el largo plazo que ningún participante del mercado obtenga utilidades extra normales.

Si ha sido un institución del estado (ex – INP) el mayor generador de riqueza en este ámbito a sus afiliados,  podríamos estar frente a la caída del paradigma que “el estado no es eficiente en el uso de los recursos”.

Para finalizar tengo la plena certeza que respuestas y explicaciones pueden haber muchas, pero siempre estas se generan una vez ocurridos los hechos, la famosa prueba y error, que es un gran error, ya que el  trabajo es el factor productivo más importante de la economía y como tal hay que protegerlo, tanto cuando se encuentra en pleno ejercicio, como también cuando cesa en sus funciones.

“El actual sistema privado de pensiones solo contribuye a generar altos niveles de pobreza e indigencia en los adultos mayores, es decir en trabajadores experimentados.”
Qué vergüenza………………

 

Centro / Periferia



Definir concepto, su origen y su aplicación.

Introducción

La parábola geométrica del centro y la periferia se ha usado frecuentemente para describir la oposición entre dos tipos fundamentales de lugares en un sistema universal: el que lo domina y saca provecho de esto - el centro- y los que lo sufren, la periferia. Esta terminología ha sido exitosa al referirse a desigualdades sociales y económicas, especialmente a nivel mundial, en dónde se habla de países centrales (como por ejemplo; Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, Canadá, Australia, etc.)  y de países periféricos (como Bolivia, Nicaragua, Jamaica, Argelia, etc.), con un significado similar a otras parejas conceptuales de uso habitual, como Norte y Sur, País Desarrollado y Subdesarrollado y Países del Primer Mundo y los del Tercer Mundo, etc. Estas dualidades se remontan a los escritos de Werner Sombart[1] (El capitalismo Moderno, 1902), Karl Marx[2] (las relaciones ciudad/campo) y otros, que han sido utilizadas posteriormente por múltiples teóricos, pero son los economistas que estudian las desigualdades en el desarrollo económico, los que le dan su mayor aplicación.
Luego, hay que ser cuidadoso en no usar esta terminología en un sentido corriente, como se hace ampliamente en la vida cotidiana,  para distinguir lo que está en el medio de lo que está en el exterior. El concepto puede ser empleado en todos los niveles de la escala geográfica, es decir, centro y periferia dentro de los límites de un pueblo, ciudad, región o país. Pero ha tenido su mayor éxito a nivel mundial, definiendo pares, tales como mundo desarrollado y mundo subdesarrollado, donde claramente el desarrollo representa la modernidad, es decir el centro. Hablar de centro/Periferia posibilita proponer un modelo explicativo de esta diferenciación: la periferia está subordinada porque el centro es dominante -y recíprocamente-. Este concepto también ha sido utilizado a través del tiempo como meras excusas de ambos lados, es decir,  la periferia lo ha usado como un lamento de los países subdesarrollados y por el lado del centro se ha manifestado como un cargo de conciencia de los países occidentales, ya que en estas diferencias se producen dependencias reciprocas, donde las desigualdades son la regla general.
Para que esta regla general tenga sentido, es necesario que existan relaciones entre los dos polos y además que estas relaciones sean asimétricas, es decir, saldo desequilibrado de flujos y jerarquía en las relaciones de poder.
El centro se valida en si mismo usufructuando de esta falta de igualdad y, como contraparte, la periferia tiene como principal característica su posición de dominada. Presentado de esta forma el centro impone las condiciones de su centralidad para la periferia, luego hablar de periferia dominada es una redundancia, ya que este sistema está fundado sobre una lógica de intercambio dinámico, pero desigual.
En consecuencia el modelo centro/periferia tiene una fuerte capacidad heurística, sin tener que trivializarlo excesivamente. Conviene reservar su uso para la formalización de todo sistema fundado sobre las relaciones de desigualdad y no utilizarlo como simple descripción de desnivel.
Otros antecedentes más cercanos de utilización de la dualidad centro/periferia en los procesos económicos, pueden encontrarse en los trabajos del rumano Mihail Manoilescu[3], el chileno-alemán Ernest Wagemann[4] y el ingeniero en economía Viggo Axel Poulsen. Pero fueron los economistas latinoamericanos de la CEPAL, entre los que se destacaron el argentino Raúl Prebisch[5] y el brasileño Celso Furtado[6] los que, luego de la Segunda Guerra Mundial, desarrollaron de forma mas sistemática la noción centro-periferia, para describir un orden económico mundial compuesto por un centro industrial y hegemónico que establece las condiciones económicas a una periferia agrícola y subordinada. Es esta relación desigual el principal obstáculo para el desarrollo, donde la única posibilidad de las economías de la periferia para lograr la modernidad, está dada en convertirse en desarrolladas. Meta ambiciosa difícil de lograr, ya que el desarrollo no se remite en las ventajas comparativas de cada país sino más bien depende de muchas más  variables de largo aliento como lo son la educación, la cual no muestra sus resultados en el corto plazo y nada puede garantizar su éxito.

Desarrollo

Las actuales fisuras de la economía mundial donde la crisis Sub-Prime refuerza los hechos,  forman parte de una crisis crónica iniciada a comienzos de los años 1970,  cuyas expresiones más significativas, ha sido la tendencia de largo plazo en la caída de la tasas de crecimiento productivo del PIB (Producto Interno Bruto) mundial, principalmente en los países centrales. La magnitud de esta fisura se refuerza con la declinación norteamericana y la no aparición de potencias de sustitución o reemplazo; Japón lleva ya casi tres periodos de estancamiento y la Unión Europea está acosada por el déficit fiscal, la desocupación y la asfixiante interconexión económica con Estados Unidos. Este último fenómeno, también agrava la situación japonesa e impone dudas sobre la solidez de la emergente china. A esto se suma la inviabilidad económica de amplias zonas de la periferia, algunas de las cuales, ya han colapsado o están muy próximas al desastre. El subdesarrollo ha dejado de ser desarrollo subordinado, convirtiéndose en depredación de fuerzas productivas.
Esta es la dura realidad que marca el comienzo del siglo XXI, y pone como telón de fondo nuevamente el debate sobre post Capitalismo como eje central, desprendido ahora de la ideología del progreso, ideas que se concibieron cien años atrás y que desaparecieron casi por completo con la caída del keynesianismo (Cuya máxima era dar a las instituciones del estado el control de la economía en las épocas de recesión o crisis, a través del gasto público o política fiscal) y del socialismo soviético (Su máxima era que el gobierno y la organización política del país aseguraba los derechos de la clase obrera y las asambleas de trabajadores a través de un régimen de partido único). Es ahora, en plena euforia neoliberal que los proyectos igualitarios del socialismo, que habían sido confinados al mundo de las ilusiones incumplidas de los siglos XIX y XX,  han ido reapareciendo con una fuerza inesperada, no como nostalgia de la Ex Unión Soviética, sino más bien como un medio de comparación del fracaso y estancamiento del capitalismo.
De un tiempo acá, se han generado numerosos hechos políticos-sociales que podrían conformar las bases de una nueva línea divisoria en el plano de la ideas. La agudización de la crisis económica mundial y por consecuencia la  aparición de la pobreza sumadas a la beligerancia armamentista de países centrales hace que aparezcan una gran variedad de curiosas insurrecciones en los países subdesarrollados, tales como la resistencia radical islámica, los movimientos sociales latinoamericanos en Colombia (La guerrilla), Ecuador (Golpe de estado frustrado)  y Chile (Sublevación indígena), entre otros. Como también la presencia de países de la periferia con cierta autonomía respecto de Occidente como Cuba, China, Vietnam y Venezuela vienen a confirmar el fracaso de las predicciones sobre la inminente homogeneización neoliberal de nuestro planeta.
No es extraño pensar que hoy en día el debate pueda estar focalizado en sí; el mundo burgués entro en decadencia y si tiene la capacidad real de recuperarse. Lo primero está asociada al tema del predominio de la explotación financiera y en consecuencia a la dudosa capacidad de regeneración del capitalismo, la segunda, es decir la capacidad de recuperación, está asociada al posible nacimiento de sectores de la sociedad más revolucionarios que posean una fuerza cultural lo suficientemente importante como para abolir la modernidad de occidente[7].
Es necesario fijar un punto para iniciar esta reflexión y este debiera ser el reconocimiento de la interdependencia real existente entre desarrollo y subdesarrollo como fenómeno presente a lo largo de toda la historia de la civilización burguesa, desde sus primeros pasos a comienzos del segundo milenio.
Es decir la influencia occidental como cimiento fundacional del capitalismo[8], desde las Cruzadas en  Medio Oriente y finalizadas en América, es lo que nos lleva a la reubicación histórica del imperialismo reciente que emerge desde fines del siglo XIX. La reproducción ampliada del capitalismo se ha realizado a través de una sucesión de asimetrías, de sustracciones y reconversiones periféricas como base de los procesos de cambio social y transformación productiva en los países centrales. El capitalismo aparece entonces como un sistema de dominación con una gran vocación global, que se valida hacia fines del siglo XIX cuando, salvo contadas excepciones, el mundo estaba compuesto por países occidentales y colonias de Occidente. Fue en ese entonces, cuando la conquista territorial lograba su máxima expresión, que ocurrió un hecho decisivo para la humanidad, el poder del capitalismo de forma aplastante occidentalizó al mundo, quedándose de forma innegable por más de un siglo hasta hace 40 años atrás. Periodo que se caracterizo por un gran desarrollo, aunque con caídas naturales tras su largo reinado.
Esta conquista histórica de la civilización burguesa fue creando rasgos específicos tanto geográficos como culturales, en algunos casos a partir de implantes exportados directamente de Occidente o como en la mayoría de los casos, a través del sometimiento de las identidades culturales colonizadas. Ahora cuando el sistema mundial empieza a fisurarse, desde las naciones periféricas emergen postulados rupturistas significativos que se manifiestan como identidades en construcción, como contraculturas opuestas de manera antagónica a Occidente; los movimientos de liberación de los pueblos originarios de América Latina son un buen ejemplo de ello. Estos fenómenos surgen como respuestas a un reencuentro postergado del hombre y sus tradiciones históricas postergadas por la modernidad aplastante de occidente, buscando autónomamente generar una nueva identidad que les fue negada por los conquistadores y así lograr ser sujetos pertenecientes a la modernidad[9].

Las potencias centrales proclaman a los cuatro vientos que no existe la posibilidad de alcanzar la modernidad sino es a través de la dinámica centro/periferia, lo que a mi juicio no es del todo falso, sin embargo falta decir que la inviabilidad de la modernidad, plantea la necesidad de su crítica y como superar las fisuras y como todos somos parte de este proceso dinámico, no es justo criticar sino mas bien generar una reflexión más profunda donde la autocrítica sea el hilo conductor de las ideas de cambio. Por lo tanto los periféricos deben iniciar su proceso de desprendimiento de ilusiones pasadas de modernismo y desarrollo al amparo de los países centrales , donde su máxima era la imitación y el seguimiento devoto como simples sirvientes, ya que no existe liberación para el periférico sin realizar su mea culpa más profunda de su propia historia burguesa. Con sus aciertos y mayormente fracasos a lo largo del siglo XX.

Quizás sería utópico imaginar un mundo donde se instaure un modelo de variables indeterminadas, donde nadie pierda y todos ganen[10], donde se establezca un sistema global que logre que las principales burguesías entreguen su cultura al conjunto de las sociedades colonialistas y de allí se irrigue a las elites periféricas y desde ellas llegar a las clases menores del mundo subdesarrollado, creo que alguna vez en la historia se podría lograr siempre y cuando el fantasma de la decadencia financiera este bajo estricta vigilancia de manera tal que no desintegre las bases del modelo.
Sin alejarse de la idea central y tratando de no caer en el mundo de las ideas utópicas carentes de racionalidad. Posteriormente vinieron intentos por revertir la decadencia de Occidente, como lo fue el fascismo, reacción bárbara rápidamente derrotada, gracias a la resistencia de una potencia periférica (URSS), luego llego el keynesianismo el cual produjo una crisis de sobreproducción nunca hasta hoy superada. Lo demás es historia cercana. En síntesis, asistimos a la emergencia mundial del antagonismo entre las fuerzas productivas periféricas por un lado, su desarrollo potencial y supervivencia en el presente, y por el otro la presencia de relaciones económicas capitalistas fundadas la dinámica de la depredación del mercado. En este nuevo contexto el capitalismo progresista aparece como una necesidad, como un proyecto estratégicamente urgente. Más aún, este antagonismo va más allá de las relaciones entre centro y periferia, incluye a las sociedades centrales camino al estancamiento y en consecuencia a su desintegración interna.

La historia del siglo XX  se muestra como un proceso sucesivo de rebeliones desde el subdesarrollo en contra la dominación occidental. Las rupturas fueron posibilitadas por las crisis de Occidente, pero este no se derrumbó sino que viene decayendo de manera irregular, con depresiones y recuperaciones transitorias, pero en el intertanto han sabido conservar su hegemonía en el largo plazo que le ha servido para opacar variados intentos de modernización independiente en los países subdesarrollados.

Conclusiones.

De lo adscrito anteriormente se puede reafirmar que la modernidad se ha presentado como un proyecto sólido que a pesar de sus fisuras a lo largo de su historia, ha sabido mantener su supremacía cultural, situación que se contrapone con los éxitos rupturistas del mundo de la periferia, que siendo fenómenos potentes, no se han sabido mantener a lo largo del tiempo y que han fracasado como proyectos, como es el ejemplo de la Revolución Rusa.

Quizás estemos en presencia de un sistema desgastado producto del esfuerzo realizado para soportar las crisis y mantenerse en pie (sobrecalentamiento de la economía), fenómeno que tiene su similitud en un ser humano mas adulto, donde sus defensas están más bajas y por ende su capacidad de recuperación ante alguna enfermedad es más lenta, siguiendo esta idea podríamos inferir que el capitalismo entro en su etapa de envejecimiento. Sin pensar un momento en su muerte, sino más bien asimilando que este cumulo de experiencias adquiridas a través de la historia de crisis hayan convertido al proyecto de modernidad en un sistema con más experiencia capaz de realizar diagnósticos más certeros y aplicar las medicinas correctas en los momentos precisos. Al parecer presenciamos el renacer de un sistema que despliega todos sus mecanismos de control, pone en marcha la reparación de sus fisuras y rápidamente  se reinventa dejando atrás la idea de dominación, bajo la idea del capitalismo global.

Pero después de este fenómeno denominado capitalismo global que nos deparara la historia. Queda finalmente en mi retina la reflexión de que la modernidad ha dejado su herencia basada principalmente en los procesos de democratización y la incansable lucha de la periferia por hacer de la modernidad su proyecto de vida, dejando su difícil camino un patrimonio cultural de incalculable valor para la humanidad.  
Se espera que ese patrimonio existente a comienzos del siglo XXI, sumado la revolución de las tecnologías de las comunicaciones, las redes internacionales de comercio, la solidez de los procesos democráticos, la descentralización, el auto aprendizaje, la tolerancia y el pluralismo entre otros, sea el hilo conductor que guie a la humanidad a disminuir las brechas entre el centro y la periferia y que sea la articulación de las culturas emergentes, que desde las periferias avancen hacia el centro del desarrollo humano.


 

viernes, 22 de octubre de 2010

Estado y Nación.

La Dinámica de Una Relación de Conveniencia.


En Chile, los conceptos de Estado y Nación no siempre han ido de la mano. Involucrar un sentimiento de pertenencia a un territorio determinado y de identificación con los rasgos típicos de sus habitantes no ha sido una tarea pacífica, especialmente en sus inicios. Es así como la evolución de ésta relación, que superficialmente pareciera tener un carácter férreo, permite comprender una serie de fenómenos sociales y culturales, espontáneos o provocados, que han tenido lugar en nuestro país.
Para abordar esta temática, asumiremos como propia la tesis planteada por el destacado historiador chileno Mario Góngora[1] en su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, donde plantea que el concepto de nación surge con posterioridad al Estado.
A partir de dicha premisa, es decir, de que la nación fue una creación intencional y posterior al surgimiento del Estado, podremos vislumbrar las características de la sociedad chilena, que la han convertido prácticamente en la niña símbolo de la globalización, a nivel latinoamericano.
Para este cometido es conveniente describir someramente el contexto histórico de nuestro país, analizar su institucionalidad formal, revisar los conceptos de Estado y de nación, y finalmente establecer si dicha relación aparece como verdaderamente unificada o como un artificio carente de una conexión plausible.

            1.- Nacimiento del Estado Chileno y el germen del concepto de nación.

La composición del Estado- nación chileno arrastra ingredientes desde la época de la conquista española (década de 1540), pasa por la emancipación del Virreinato del Perú (1810-1818), por la notable estabilidad política e institucional cuando en el resto de América Latina se producían levantamientos y revueltas (1817-1841), dificultades y bonanzas económicas cíclicas (1830-1964) y las ideas socialistas y capitalistas que nos dejaron una huella profunda, la que hoy tiende a reconciliarse y desaparecer.
La Capitanía General de Chile era sencillamente una colonia agraria ubicada al extremo sur del imperio americano de España. La identidad nacional, por esta época, encuentra su germen de origen en el devenir de variadas circunstancias y le lleva a desarrollar características que vemos presentes incluso hoy.
Evidente es la existencia de un Territorio aislado geográficamente, con características extrañas que lo catalogan como una angosta franja de tierra. Chile fue apreciado desde su descubrimiento con desdén debido a sus pésimas condiciones geográficas y especialmente por su carencia de riquezas metálicas.
La organización económica que imperó en los albores de la patria fue la existencia de grandes latifundios prácticamente autosustentables, lo que podría considerarse a juicio de los historiadores Simón Collier y William Sater[2] como la antesala de la estratificación vertical de la sociedad chilena; por una parte el desarrollo de una clase alta dueña de la tierra (posteriormente de los medios de producción), y por otro la de una clase de trabajadores pobres carentes de oportunidades y de expectativas de surgimiento.
También influyen en la creación de esta relación las inmigración del siglo XVIII, pero los sucesos realmente determinantes que finalmente consolidan y definen el nacimiento del concepto de nación en Chile son los acontecimientos o hitos bélicos que tuvieron lugar  desde las gloriosas batallas de la independencia hasta la guerra del pacífico, que forzosamente fueron generando un sentimiento patrio, de arraigo o cariño a esta tierra común, ubicada en el fin del mundo, alejada de las burbujeantes metrópolis y del comienzo de la revolución industrial[3].

2.- El Estado. La nación.

Establecido a muy grandes rasgos el panorama histórico, podemos ver luces de los caracteres que adoptó nuestra población, pero falta una arista importante a determinar, y es la relativa a los conceptos de Estado y nación.
Como lo señala el destacado jurista Alejandro Silva Bascuñán[4] al referirse a la comunidad nacional, el estudio de las distintas sociedades ha permitido concluir que la convivencia prolongada de muchos hombres en un territorio determinado crea y fortalece de forma paulatina y espontánea el sentimiento de pertenecer a una comunidad de valores. A pesar de su individualidad los distintos componentes de dicha sociedad perciben la consistencia de los lazos que los vinculan y la existencia de un destino común.
Desde una perspectiva moderna, ésta interrogante tiene que ver con la organización política y su relación con el factor humano asociado al territorio determinado. Cuando hablamos de nación, nos referimos a la “comunidad humana con ciertas características culturales comunes, dotada de un sentido ético-político”. El concepto de nación incluye a la sociedad[5] y sus finalidades, es decir, el desarrollo de una cultura común y la realización personal de los habitantes dentro de una sociedad[6].
Otro rasgo relevante de la nación, destacada por Jacques Maritain, es ser acéfala, es decir tiene sus élites y centros de influencia mas no jefe ni autoridad gobernante; estructuras, pero no formas racionales ni organizaciones jurídicas.
El concepto de Estado, en cambio, está enfocado hacia todo lo que tiene que ver con la definición de los parámetros jurídicos que guían al país.
Así, si bien son diferentes los conceptos de Estado y nación, son complementarios e incluyentes entre sí. No obstante lo anterior, existen casos de naciones que no se identifican con el Estado en el que están insertas, como podría ser el caso del pueblo judío, kurdo, vasco o gitano; también como lo planteado en estas páginas de la construcción de un Estado carente de un sentimiento de nacionalidad, impuesto posteriormente a través de una serie de estrategias políticas, como lo sería a nuestro juicio el caso chileno.
Según Collier y Sater en Chile no hubo ni hay problemas étnicos ni de raza, por lo cual efectivamente existe una comunidad con rasgos culturales muy similares – a diferencia de otros países - la que tiene parecido sentido político ya sea en las comunidades del norte, centro o sur de nuestro país. Respecto a la forma de gobernabilidad, claramente existe una trayectoria o costumbre democrática que lo distingue del resto de la región, con más de treinta presidencias democráticas salpicadas por breves períodos dictatoriales[7].
Discrepamos en parte del juicio de dichos historiadores, puesto que olvidan los incansables esfuerzos ejecutados tanto por los criollos independentistas, que lucharon por imponer un sentir generalizado de pertenencia al territorio patrio y una escisión tanto con las costumbres como con los valores de España, como aquellos efectuados por personajes surgidos posteriormente que consolidaron lo que hoy conocemos como chilenidad.
Si bien en el viejo continente, en la generalidad de los casos el proceso fue el inverso, esto es, primero surge la nación, la que luego se organiza jurídicamente en la forma de un Estado, en Chile el proceso fue al revés. Un Estado forjado al fuego producto de las reivindicaciones independentistas, seguido luego por la creación –también a la fuerza- de un sentimiento generalizado de pertenencia a él y de generación de una identidad común.
En este sentido Mario Góngora en su ensayo histórico manifiesta que en Chile el Estado es la matriz de la nacionalidad: la nación no existiría sin el Estado, que la ha configurado en los siglos XIX y XX.
En el proceso de creación de la nación chilena el primer fenómeno que Góngora destaca es la importancia de la guerra para el desarrollo nacional. Este autor señala que Chile fue una tierra de Guerra[8]. Ésta fue importante en el periodo colonial y lo siguió siendo en el siglo XIX; basta con recordar las batallas de la independencia, la guerra contra la confederación Perú-Boliviana, el conflicto naval contra España, la guerra del Pacífico, el estallido civil de 1891 y, durante todo este tiempo, la inacabable “pequeña guerra” contra los araucanos. Chile fue un país guerrero. El símbolo patriótico por excelencia fue Arturo Prat. El hecho bélico, el recuerdo del combate heroico y la imagen de Chile como país guerrero han dejado profundas huellas en la conciencia nacional y han definido los contenidos del sentimiento patriótico que ha animado al Estado y a la nacionalidad chilena.
Un segundo elemento decisivo en la configuración de la nación es Diego Portales. El Estado que surge de las guerras de Independencia y de los “desórdenes” que le siguieron se comenzó a definir con Portales quien aceptó como ideal político la democracia, pero convencido de que Chile no poseía aún la virtud republicana que él consideraba indispensable para el buen funcionamiento del sistema democrático. Por esta razón, y con un criterio realista, organizó un gobierno fuerte y centralizador, renovando así, bajo formas republicanas, la vieja monarquía española[9].
Este gobierno fuerte se sustentaba en la legitimidad que le confería la Constitución, lo que le permitía conjurar los peligros tanto de un democratismo utópico como de un caudillismo arbitrario. El Estado portaliano perduró, con algunas modificaciones hasta el año 1891, fecha que marca un hito importante en el desarrollo nacional, con el derrocamiento del sistema conservador y con el inicio de la república parlamentaria.
En 1891 termina el régimen portaliano y el largo periodo del Chile guerrero. A finales del siglo XIX se presenta como “otro” Chile, con nuevos núcleos sociales, con nuevas riquezas, con nuevos problemas y con una nueva mentalidad.

3.- Hacia un Estado Nacional.

El término Estado nacional, evoca a un Estado identificado con una sola nación. Tras el proceso de descolonización, esta forma de Estado ha llegado a ser la más común, de modo que la inmensa mayoría de los Estados se consideran Estados nacionales.
Luego de una serie de procesos sociales, podemos decir que Chile consolidó durante el siglo XX, los carácteres de un Estado nacional, a pesar de las intervenciones ejercidas por las superpotencias representantes de orbitas de pensamiento absolutamente polarizadas (E.E.U.U. y le ex U.R.S.S.).
Para lograr dicho cometido el tipo de pertenencia que debe lograrse es aquel que permita la integración de minorías que conservan su identidad individual, pues, en definitiva, se funda en el consentimiento de estas unidades sociales. Y respecto de las minorías, en la democracia su integración en una comunidad políticamente organizada, no pasa ni por el olvido de la propia identidad histórica, ni por su absorción o inclusión coercitiva en una mayoría dominante.

4.- Consolidación de la nación desde una perspectiva jurídica constitucional.

En la actualidad nuestro país ha avanzado hacia procesos de integración de los nacionales y estos esfuerzos – no totales – tienen que ver con toda una cultura jurídica constitucional. La institucionalidad de nuestro país dice relación con la integración a través de la Constitución, la ley y las instituciones políticas republicanas. Así, el Estado chileno se organiza como una república, a través de una Constitución de 1833, adoptando como principio arquitectónico de sus instituciones, los principios de soberanía nacional y de representación. Consagra tempranamente libertades y derechos individuales, la supremacía constitucional y la división de poderes. De este modo, el país adoptó el dispositivo básico del Estado de derecho moderno.
Estos principios esenciales, y todo el aparato institucional y jurídico fundado en ellos, han actuado como un factor de integración cultural y político del país, positiva, pero sin reconocer las raíces más profundas de nuestra población de origen, tanto indígena como de las clases pobres. La identidad nacional real se dará cuando se propicie el desarrollo de estos grupos más postergados orientándolos hacia el progreso de los núcleos familiares, luego de sectores o rubros.
Desde el punto de vista de la unidad formal, son los regímenes políticos estables los que han tenido una fuerte incidencia en la integración del país. En este sentido, tempranamente Chile tuvo un “Estado en forma” y un régimen republicano estable y suficientemente organizado como para darle gobernabilidad al país. A pesar de las turbulencias políticas acaecidas, tales como la revolución de 1890 y el gobierno militar de 1973, los escenarios constitucionales han constituido un factor de dinamismo, de continuidad e identificación del país, mostrando así su fuerte potencial integrador.

5.- La nación en el siglo XXI. Conclusiones.

Como es posible apreciar, una serie de eventos tuvieron que producirse para conformar lo que hoy conocemos como nuestra identidad nacional. No fue un proceso de generación espontánea sino que requirió tanto esfuerzos fácticos, como políticos y legislativos. Es un vínculo definido a fuego y a precepto
constitucional.
El cuestionamiento que cabe hacerse hoy, es cuanto calaron o cuanto perduran en los habitantes de esta “loca geografía” los valores y costumbres definitorias de nuestra nacionalidad.  Cuanto queda hoy en el chileno del amor a los símbolos patrios, del guerrero jamás vencido, del araucano indómito, o de la implacable autoridad portaliana.
Creemos que se ha visto afectado este sentimiento de pertenencia al Estado chileno producto del fenómeno de la globalización, proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala, que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo unificando sus mercados, sociedades y culturas, generado principalmente por el capitalismo democrático o la democracia liberal y que ha abierto las puertas a la revolución informática, plegando a un nivel considerable de liberalización y democratización en su cultura política, en su ordenamiento jurídico y económico nacional, y en sus relaciones internacionales.
No cabe duda de que Chile, es un país con ansias de globalización,  independientemente de las motivaciones que a nuestro juicio dicen relación con ver en ella una posibilidad de mejorar la calidad de vida de los chilenos y una puerta de entrada al mundo de los países desarrollados, y que por ser parte de esta “aldea global” transa valores esenciales de la filiación chilena.
Pareciera que la relación de Estado y nación en Chile ha sido de aquellas en que predomina y que se adaptan según la conveniencia. En un principio para consolidar la independencia de la madre patria, hoy para ser parte del desarrollo económico mundial.
Como corolario de la imposición de un vínculo de nación al naciente Estado chileno en los albores de la patria, es que hoy nuestro nexo con él se muestra tibio, susceptible y moldeable. Es imposible hacer un juicio de valor al respecto, en el sentido de aseverar si ello es correcto o no, si es mejor para el país contar con un fuerte carácter nacionalista o con una indiferencia respecto a nuestras raíces. Únicamente las generaciones venideras podrán decidir si el abandono de los valores que caracterizan al país, fue una decisión acertada o un suicidio prescindible de nuestra identidad.



 


[1] Góngora del Campo, Mario, Ensayo Histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglo XIX y XX, novena Edición, Editorial Universitaria, 2006.
[2] Collier, Simon y Sater, William, Historia de Chile 1808-1994, Cambridge University Press, primera edición, 1998,  Pag15.
[3] Idem.
[4]  Silva Bascuñán, Alejandro, Tratado de Derecho Constitucional, Tomo I, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1966, pag. 108.
[5] Aunque sociedad y nación no son sinónimos. La sociedad Civil supone un grupo en situación de proporcionar lo que sus miembros esperan de él.
[6]  Bascuñán señala que el vínculo entre estos distintos individuos brota del uso de la misma lengua, de la práctica de una misma religión, del respeto a las costumbres ancestrales, la admiración del pasado histórico, entre otras similitudes de variados aspectos que se proyectan en la intimidad de la persona y generan el sentimiento de pertenecer a  un determinado grupo humano, configurado imperceptiblemente por los hechos. Bascuñán Alejandro, Op. Cit.
[7] Collier, Simon y Sater, William, Historia de Chile 1808-1994,  op. cit.
[8] Góngora del Campo, Mario, Op. Cit., pag. 63.
[9] Ibídem. Pag. 73.