viernes, 22 de octubre de 2010

Estado y Nación.

La Dinámica de Una Relación de Conveniencia.


En Chile, los conceptos de Estado y Nación no siempre han ido de la mano. Involucrar un sentimiento de pertenencia a un territorio determinado y de identificación con los rasgos típicos de sus habitantes no ha sido una tarea pacífica, especialmente en sus inicios. Es así como la evolución de ésta relación, que superficialmente pareciera tener un carácter férreo, permite comprender una serie de fenómenos sociales y culturales, espontáneos o provocados, que han tenido lugar en nuestro país.
Para abordar esta temática, asumiremos como propia la tesis planteada por el destacado historiador chileno Mario Góngora[1] en su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, donde plantea que el concepto de nación surge con posterioridad al Estado.
A partir de dicha premisa, es decir, de que la nación fue una creación intencional y posterior al surgimiento del Estado, podremos vislumbrar las características de la sociedad chilena, que la han convertido prácticamente en la niña símbolo de la globalización, a nivel latinoamericano.
Para este cometido es conveniente describir someramente el contexto histórico de nuestro país, analizar su institucionalidad formal, revisar los conceptos de Estado y de nación, y finalmente establecer si dicha relación aparece como verdaderamente unificada o como un artificio carente de una conexión plausible.

            1.- Nacimiento del Estado Chileno y el germen del concepto de nación.

La composición del Estado- nación chileno arrastra ingredientes desde la época de la conquista española (década de 1540), pasa por la emancipación del Virreinato del Perú (1810-1818), por la notable estabilidad política e institucional cuando en el resto de América Latina se producían levantamientos y revueltas (1817-1841), dificultades y bonanzas económicas cíclicas (1830-1964) y las ideas socialistas y capitalistas que nos dejaron una huella profunda, la que hoy tiende a reconciliarse y desaparecer.
La Capitanía General de Chile era sencillamente una colonia agraria ubicada al extremo sur del imperio americano de España. La identidad nacional, por esta época, encuentra su germen de origen en el devenir de variadas circunstancias y le lleva a desarrollar características que vemos presentes incluso hoy.
Evidente es la existencia de un Territorio aislado geográficamente, con características extrañas que lo catalogan como una angosta franja de tierra. Chile fue apreciado desde su descubrimiento con desdén debido a sus pésimas condiciones geográficas y especialmente por su carencia de riquezas metálicas.
La organización económica que imperó en los albores de la patria fue la existencia de grandes latifundios prácticamente autosustentables, lo que podría considerarse a juicio de los historiadores Simón Collier y William Sater[2] como la antesala de la estratificación vertical de la sociedad chilena; por una parte el desarrollo de una clase alta dueña de la tierra (posteriormente de los medios de producción), y por otro la de una clase de trabajadores pobres carentes de oportunidades y de expectativas de surgimiento.
También influyen en la creación de esta relación las inmigración del siglo XVIII, pero los sucesos realmente determinantes que finalmente consolidan y definen el nacimiento del concepto de nación en Chile son los acontecimientos o hitos bélicos que tuvieron lugar  desde las gloriosas batallas de la independencia hasta la guerra del pacífico, que forzosamente fueron generando un sentimiento patrio, de arraigo o cariño a esta tierra común, ubicada en el fin del mundo, alejada de las burbujeantes metrópolis y del comienzo de la revolución industrial[3].

2.- El Estado. La nación.

Establecido a muy grandes rasgos el panorama histórico, podemos ver luces de los caracteres que adoptó nuestra población, pero falta una arista importante a determinar, y es la relativa a los conceptos de Estado y nación.
Como lo señala el destacado jurista Alejandro Silva Bascuñán[4] al referirse a la comunidad nacional, el estudio de las distintas sociedades ha permitido concluir que la convivencia prolongada de muchos hombres en un territorio determinado crea y fortalece de forma paulatina y espontánea el sentimiento de pertenecer a una comunidad de valores. A pesar de su individualidad los distintos componentes de dicha sociedad perciben la consistencia de los lazos que los vinculan y la existencia de un destino común.
Desde una perspectiva moderna, ésta interrogante tiene que ver con la organización política y su relación con el factor humano asociado al territorio determinado. Cuando hablamos de nación, nos referimos a la “comunidad humana con ciertas características culturales comunes, dotada de un sentido ético-político”. El concepto de nación incluye a la sociedad[5] y sus finalidades, es decir, el desarrollo de una cultura común y la realización personal de los habitantes dentro de una sociedad[6].
Otro rasgo relevante de la nación, destacada por Jacques Maritain, es ser acéfala, es decir tiene sus élites y centros de influencia mas no jefe ni autoridad gobernante; estructuras, pero no formas racionales ni organizaciones jurídicas.
El concepto de Estado, en cambio, está enfocado hacia todo lo que tiene que ver con la definición de los parámetros jurídicos que guían al país.
Así, si bien son diferentes los conceptos de Estado y nación, son complementarios e incluyentes entre sí. No obstante lo anterior, existen casos de naciones que no se identifican con el Estado en el que están insertas, como podría ser el caso del pueblo judío, kurdo, vasco o gitano; también como lo planteado en estas páginas de la construcción de un Estado carente de un sentimiento de nacionalidad, impuesto posteriormente a través de una serie de estrategias políticas, como lo sería a nuestro juicio el caso chileno.
Según Collier y Sater en Chile no hubo ni hay problemas étnicos ni de raza, por lo cual efectivamente existe una comunidad con rasgos culturales muy similares – a diferencia de otros países - la que tiene parecido sentido político ya sea en las comunidades del norte, centro o sur de nuestro país. Respecto a la forma de gobernabilidad, claramente existe una trayectoria o costumbre democrática que lo distingue del resto de la región, con más de treinta presidencias democráticas salpicadas por breves períodos dictatoriales[7].
Discrepamos en parte del juicio de dichos historiadores, puesto que olvidan los incansables esfuerzos ejecutados tanto por los criollos independentistas, que lucharon por imponer un sentir generalizado de pertenencia al territorio patrio y una escisión tanto con las costumbres como con los valores de España, como aquellos efectuados por personajes surgidos posteriormente que consolidaron lo que hoy conocemos como chilenidad.
Si bien en el viejo continente, en la generalidad de los casos el proceso fue el inverso, esto es, primero surge la nación, la que luego se organiza jurídicamente en la forma de un Estado, en Chile el proceso fue al revés. Un Estado forjado al fuego producto de las reivindicaciones independentistas, seguido luego por la creación –también a la fuerza- de un sentimiento generalizado de pertenencia a él y de generación de una identidad común.
En este sentido Mario Góngora en su ensayo histórico manifiesta que en Chile el Estado es la matriz de la nacionalidad: la nación no existiría sin el Estado, que la ha configurado en los siglos XIX y XX.
En el proceso de creación de la nación chilena el primer fenómeno que Góngora destaca es la importancia de la guerra para el desarrollo nacional. Este autor señala que Chile fue una tierra de Guerra[8]. Ésta fue importante en el periodo colonial y lo siguió siendo en el siglo XIX; basta con recordar las batallas de la independencia, la guerra contra la confederación Perú-Boliviana, el conflicto naval contra España, la guerra del Pacífico, el estallido civil de 1891 y, durante todo este tiempo, la inacabable “pequeña guerra” contra los araucanos. Chile fue un país guerrero. El símbolo patriótico por excelencia fue Arturo Prat. El hecho bélico, el recuerdo del combate heroico y la imagen de Chile como país guerrero han dejado profundas huellas en la conciencia nacional y han definido los contenidos del sentimiento patriótico que ha animado al Estado y a la nacionalidad chilena.
Un segundo elemento decisivo en la configuración de la nación es Diego Portales. El Estado que surge de las guerras de Independencia y de los “desórdenes” que le siguieron se comenzó a definir con Portales quien aceptó como ideal político la democracia, pero convencido de que Chile no poseía aún la virtud republicana que él consideraba indispensable para el buen funcionamiento del sistema democrático. Por esta razón, y con un criterio realista, organizó un gobierno fuerte y centralizador, renovando así, bajo formas republicanas, la vieja monarquía española[9].
Este gobierno fuerte se sustentaba en la legitimidad que le confería la Constitución, lo que le permitía conjurar los peligros tanto de un democratismo utópico como de un caudillismo arbitrario. El Estado portaliano perduró, con algunas modificaciones hasta el año 1891, fecha que marca un hito importante en el desarrollo nacional, con el derrocamiento del sistema conservador y con el inicio de la república parlamentaria.
En 1891 termina el régimen portaliano y el largo periodo del Chile guerrero. A finales del siglo XIX se presenta como “otro” Chile, con nuevos núcleos sociales, con nuevas riquezas, con nuevos problemas y con una nueva mentalidad.

3.- Hacia un Estado Nacional.

El término Estado nacional, evoca a un Estado identificado con una sola nación. Tras el proceso de descolonización, esta forma de Estado ha llegado a ser la más común, de modo que la inmensa mayoría de los Estados se consideran Estados nacionales.
Luego de una serie de procesos sociales, podemos decir que Chile consolidó durante el siglo XX, los carácteres de un Estado nacional, a pesar de las intervenciones ejercidas por las superpotencias representantes de orbitas de pensamiento absolutamente polarizadas (E.E.U.U. y le ex U.R.S.S.).
Para lograr dicho cometido el tipo de pertenencia que debe lograrse es aquel que permita la integración de minorías que conservan su identidad individual, pues, en definitiva, se funda en el consentimiento de estas unidades sociales. Y respecto de las minorías, en la democracia su integración en una comunidad políticamente organizada, no pasa ni por el olvido de la propia identidad histórica, ni por su absorción o inclusión coercitiva en una mayoría dominante.

4.- Consolidación de la nación desde una perspectiva jurídica constitucional.

En la actualidad nuestro país ha avanzado hacia procesos de integración de los nacionales y estos esfuerzos – no totales – tienen que ver con toda una cultura jurídica constitucional. La institucionalidad de nuestro país dice relación con la integración a través de la Constitución, la ley y las instituciones políticas republicanas. Así, el Estado chileno se organiza como una república, a través de una Constitución de 1833, adoptando como principio arquitectónico de sus instituciones, los principios de soberanía nacional y de representación. Consagra tempranamente libertades y derechos individuales, la supremacía constitucional y la división de poderes. De este modo, el país adoptó el dispositivo básico del Estado de derecho moderno.
Estos principios esenciales, y todo el aparato institucional y jurídico fundado en ellos, han actuado como un factor de integración cultural y político del país, positiva, pero sin reconocer las raíces más profundas de nuestra población de origen, tanto indígena como de las clases pobres. La identidad nacional real se dará cuando se propicie el desarrollo de estos grupos más postergados orientándolos hacia el progreso de los núcleos familiares, luego de sectores o rubros.
Desde el punto de vista de la unidad formal, son los regímenes políticos estables los que han tenido una fuerte incidencia en la integración del país. En este sentido, tempranamente Chile tuvo un “Estado en forma” y un régimen republicano estable y suficientemente organizado como para darle gobernabilidad al país. A pesar de las turbulencias políticas acaecidas, tales como la revolución de 1890 y el gobierno militar de 1973, los escenarios constitucionales han constituido un factor de dinamismo, de continuidad e identificación del país, mostrando así su fuerte potencial integrador.

5.- La nación en el siglo XXI. Conclusiones.

Como es posible apreciar, una serie de eventos tuvieron que producirse para conformar lo que hoy conocemos como nuestra identidad nacional. No fue un proceso de generación espontánea sino que requirió tanto esfuerzos fácticos, como políticos y legislativos. Es un vínculo definido a fuego y a precepto
constitucional.
El cuestionamiento que cabe hacerse hoy, es cuanto calaron o cuanto perduran en los habitantes de esta “loca geografía” los valores y costumbres definitorias de nuestra nacionalidad.  Cuanto queda hoy en el chileno del amor a los símbolos patrios, del guerrero jamás vencido, del araucano indómito, o de la implacable autoridad portaliana.
Creemos que se ha visto afectado este sentimiento de pertenencia al Estado chileno producto del fenómeno de la globalización, proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala, que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo unificando sus mercados, sociedades y culturas, generado principalmente por el capitalismo democrático o la democracia liberal y que ha abierto las puertas a la revolución informática, plegando a un nivel considerable de liberalización y democratización en su cultura política, en su ordenamiento jurídico y económico nacional, y en sus relaciones internacionales.
No cabe duda de que Chile, es un país con ansias de globalización,  independientemente de las motivaciones que a nuestro juicio dicen relación con ver en ella una posibilidad de mejorar la calidad de vida de los chilenos y una puerta de entrada al mundo de los países desarrollados, y que por ser parte de esta “aldea global” transa valores esenciales de la filiación chilena.
Pareciera que la relación de Estado y nación en Chile ha sido de aquellas en que predomina y que se adaptan según la conveniencia. En un principio para consolidar la independencia de la madre patria, hoy para ser parte del desarrollo económico mundial.
Como corolario de la imposición de un vínculo de nación al naciente Estado chileno en los albores de la patria, es que hoy nuestro nexo con él se muestra tibio, susceptible y moldeable. Es imposible hacer un juicio de valor al respecto, en el sentido de aseverar si ello es correcto o no, si es mejor para el país contar con un fuerte carácter nacionalista o con una indiferencia respecto a nuestras raíces. Únicamente las generaciones venideras podrán decidir si el abandono de los valores que caracterizan al país, fue una decisión acertada o un suicidio prescindible de nuestra identidad.



 


[1] Góngora del Campo, Mario, Ensayo Histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglo XIX y XX, novena Edición, Editorial Universitaria, 2006.
[2] Collier, Simon y Sater, William, Historia de Chile 1808-1994, Cambridge University Press, primera edición, 1998,  Pag15.
[3] Idem.
[4]  Silva Bascuñán, Alejandro, Tratado de Derecho Constitucional, Tomo I, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1966, pag. 108.
[5] Aunque sociedad y nación no son sinónimos. La sociedad Civil supone un grupo en situación de proporcionar lo que sus miembros esperan de él.
[6]  Bascuñán señala que el vínculo entre estos distintos individuos brota del uso de la misma lengua, de la práctica de una misma religión, del respeto a las costumbres ancestrales, la admiración del pasado histórico, entre otras similitudes de variados aspectos que se proyectan en la intimidad de la persona y generan el sentimiento de pertenecer a  un determinado grupo humano, configurado imperceptiblemente por los hechos. Bascuñán Alejandro, Op. Cit.
[7] Collier, Simon y Sater, William, Historia de Chile 1808-1994,  op. cit.
[8] Góngora del Campo, Mario, Op. Cit., pag. 63.
[9] Ibídem. Pag. 73.

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